Centro de Estudios de la Academia de Guerra

Las tensiones entre ambos países resurgieron con fuerza en mayo de 2025, tras una escaramuza fronteriza que culminó con la muerte de un soldado camboyano, reabriendo un conflicto latente que arrastraba antecedentes históricos no resueltos. A partir de julio de 2025, la situación escaló rápidamente hacia un enfrentamiento militar de alta intensidad, el más grave desde 2011, incorporando el empleo sostenido de artillería, combates terrestres y ataques aéreos con cazas F-16 de la Fuerza Aérea Tailandesa (The Associated Press, 2025). El saldo fue significativo, numerosas víctimas fatales, miles de desplazados y un deterioro acelerado de la estabilidad regional.

La intensidad de las hostilidades obligó a una rápida reacción diplomática. El 28 de julio de 2025 se alcanzó un alto el fuego inicial, que logró contener la escalada inmediata, aunque sin resolver las causas estructurales del conflicto. Este cese de hostilidades fue ampliado y consolidado en octubre de 2025, mediante un acuerdo negociado con la mediación directa de Estados Unidos, en el cual el presidente Donald Trump desempeñó un rol central como facilitador político. Como gesto simbólico del impacto diplomático de esta mediación, Camboya llegó incluso a proponer al presidente Trump como candidato al Premio Nobel de la Paz, subrayando la relevancia internacional que adquirió frente a un conflicto que hasta entonces, había permanecido en los márgenes de la atención global (Khmer Times, 2025).

Figura N°1 Camboyanos se evacúan tras los ataques aéreos tailandeses en la provincia de Siem Reap Nota:Aljazeera (2025).

La tregua mencionada se vio interrumpida en noviembre, cuando Tailandia acusó a Camboya de haber instalado nuevas minas terrestres que causaron lesiones a miembros de las fuerzas armadas y se suspendieron las conversaciones. Los enfrentamientos se reanudaron el 7 de diciembre con un incidente que resultó en lesiones a miembros del ejército tailandés. En respuesta, Tailandia llevó a cabo operaciones aéreas y terrestres, alegando legítima defensa (Independent, 2025). Como reacción a estos sucesos, Camboya acusó a Tailandia de haber iniciado los ataques y denunció además, la existencia de víctimas civiles y daños en templos, puentes y zonas adyacentes a lugares turísticos de renombre, como Angkor Wat. En esto, medio millón de personas han huido ante la escalada de los enfrentamientos mortíferos en la frontera entre Camboya y Tailandia (The Guardian, 2025).

Ambas partes implicadas han presentado acusaciones recíprocas, denunciándose mutuamente por agresiones y por violar el alto el fuego. En este sentido, Tailandia ha llevado a cabo operaciones ofensivas para «recuperar territorio», lo que ha implicado ataques a presuntos emplazamientos militares (entre ellos, casinos vinculados a estafas). En el contexto de la situación geopolítica actual, el Reino de Camboya ha llevado a cabo una serie de acciones bélicas, entre las que se incluyen el lanzamiento de proyectiles y la declaración de incursiones en su territorio. Los esfuerzos de mediación internacional (EE.UU., ASEAN, y China) han sido infructuosos y Trump ha solicitado un alto el fuego que Tailandia ha rechazado. Al 16 de diciembre del presente, Tailandia le está exigiendo un alto el fuego unilateral a Camboya, señalando que este país debe ser el primero en declarar un alto el fuego y cooperar «sinceramente» en el desminado de la frontera (Al Jazeera, 2025).

Material bélico

El empleo sostenido de medios aéreos de combate por parte de la Real Fuerza Aérea Tailandesa (RTAF) constituye uno de los rasgos más relevantes del actual enfrentamiento con Camboya, al reflejar una clara apuesta por la superioridad aérea como factor decisivo del conflicto. Los F-16 Fighting Falcon, pese a corresponder mayoritariamente a versiones A y B de generaciones anteriores, han demostrado ser el principal instrumento de coerción militar, empleados en misiones de ataque de precisión contra concentraciones de artillería y sistemas de lanzamiento múltiple de cohetes camboyanos (Defence Blog, 2025).

Desde una perspectiva tecnológica, el uso de municiones guiadas de precisión, como las bombas Mk-82 equipadas con kits de planeo y navegación, ha permitido a Tailandia maximizar la eficacia de su poder aéreo, reduciendo riesgos y aumentando el impacto de cada salida de medios aéreos. Este factor adquiere especial relevancia al considerar que las fuerzas camboyanas dependen de sistemas terrestres de origen chino y ruso, como los lanzacohetes múltiples PHL-03 y BM-21, lo que transforma el teatro de operaciones en un escenario de confrontación indirecta entre tecnologías militares occidentales y euroasiáticas (The National Interest, 2025).

Complementariamente, aunque en menor número, la presencia de aviones JAS 39 Gripen C/D amplía el espectro de capacidades aéreas tailandesas, reforzando funciones de intercepción, control del espacio aéreo y disuasión regional, así como proyectando una futura modernización de la flota mediante la posible incorporación del Gripen E, lo que consolidaría una ventaja cualitativa sostenida (The National Interest, 2025).

Finalmente, el respaldo tecnológico de terceros actores, en particular Israel, introduce una dimensión adicional al equilibrio militar. Según Haaretz (2025), la integración de sistemas y municiones de origen israelí, incluidos componentes asociados a defensa aérea y apoyo a operaciones conjuntas, habría contribuido significativamente a la capacidad de Tailandia para coordinar sus operaciones aéreas, terrestres y navales. En conjunto, estos elementos sugieren que el conflicto trasciende lo bilateral y se configura como un campo de prueba estratégico donde la supremacía aérea y la interoperabilidad tecnológica se erigen como variables centrales del poder militar contemporáneo.

Figura N°2 Aviones de combate JAS 39C/D Gripen de la Real Fuerza Aérea Tailandesa Nota: Defence Blog (2025).

Conclusión

Los choques armados entre Tailandia y Camboya, lejos de constituir un episodio aislado, revelan con claridad la persistencia de conflictos interestatales con itinerancia de alta y baja intensidad, con un alto potencial de escaladas en regiones consideradas periféricas en el sistema internacional. El retorno del empleo sostenido de la fuerza, en particular del poder aéreo como instrumento militar, demuestra que aún en contextos regionales, la guerra sigue siendo una herramienta válida de presión política cuando los mecanismos diplomáticos fracasan o se perciben como insuficientes.

Desde una perspectiva pragmática, el conflicto evidencia que la superioridad aérea y la interoperabilidad se han consolidado como factores determinantes para buscar inclinar el equilibrio militar, incluso frente a adversarios con menor capacidad convencional. Tailandia ha explotado esta ventaja no solo para obtener resultados tácticos inmediatos, sino también para reforzar su posición negociadora, condicionando cualquier alto el fuego a exigencias unilaterales; sin embargo, la decisión final y concreta de los conflictos se continuará definiendo en el espacio terrestre, como ha sido la dinámica de las guerras en la historia universal. Camboya, en contraste, ha optado por internacionalizar el conflicto, buscando compensar su desventaja militar mediante presión diplomática y simbólica.

En términos prospectivos, el escenario más probable no es una resolución definitiva, sino la normalización de un conflicto intermitente, con ciclos de violencia y treguas frágiles, altamente sensibles a incidentes fronterizos y a percepciones de amenaza. La limitada eficacia de los esfuerzos de mediación, incluidos los de potencias externas y organismos regionales, plantea una interrogante estratégica de mayor alcance; ¿hasta qué punto el orden regional del sudeste asiático está preparado para contener conflictos armados cuando el uso de la fuerza vuelve a ser percibido como un instrumento racional y rentable de política exterior? La respuesta a esta pregunta definirá no solo la estabilidad de esta frontera, sino también la credibilidad futura de los mecanismos de seguridad regional.

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