Centro de Estudios de la Academia de Guerra

En las últimas semanas, las relaciones entre China y Japón se han deteriorado hasta convertirse en una crisis diplomática en toda regla, provocada principalmente por las declaraciones de la primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, sobre una posible intervención militar en un conflicto en Taiwán. Se trata de una grave escalada en la que se entremezclan amenazas a la seguridad, rencores históricos y represalias económicas. A la fecha de redacción de este Observatorio la tensión entre las dos potencias asiáticas se encuentra en un peligroso ascenso.

Hechos

El 7 de noviembre, la primera ministra Takaichi declaró que un hipotético ataque chino contra Taiwán, situada a solo 100 km del territorio japonés, podría constituir una «situación que amenazaría la supervivencia» de Japón. Esto permitiría legalmente a Tokio invocar la «autodefensa colectiva» y desplegar fuerzas para ayudar a aliados como Estados Unidos (EE.UU.). China consideró que esto constituía una amenaza directa a su soberanía sobre Taiwán, que cruzaba una «línea roja» y violaba el comunicado conjunto de Japón y China de 1972, que defendía el principio de «una sola China». Además, Pekín resucita rencores históricos y acusa a Japón de restablecer el militarismo anterior a la Segunda Guerra Mundial.

El día 14, el Ministerio de Relaciones Exteriores de China convocó al embajador de Japón y le advirtió de una «derrota aplastante» para las fuerzas japonesas si estas intervenían en Taiwán. Ese mismo día, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón informó de que había convocado al embajador de China para presentar una enérgica protesta por las «muy inapropiadas» declaraciones del cónsul general Xue Jian del Consulado General de China en Osaka, quien el día 8 había escrito en X: «El cuello sucio que se entromete debe ser cortado» (The Epoch Times, 2025). El día 16, China canceló las reuniones bilaterales previstas para la cumbre del G20 en Sudáfrica. Dos días después, el 18, en la Asamblea General de la ONU, China declaró que Japón «no reunía los requisitos necesarios» para ocupar un puesto permanente en el Consejo de Seguridad. El 19 se celebró una nueva rueda de prensa del gobierno chino, en la que se criticó a Japón (Ministry of Foreign Affairs, China, 2025). Los días 22 y 23 de noviembre, China intensificó la presión al enviar una carta formal al secretario general de la ONU, en la que acusaba a Takaichi de un «acto de agresión» y afirmaba que sería una «intervención armada» de Japón (Al Jazeera, 2025). El ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi, calificó los comentarios de «impactantes» y prometió «contramedidas decididas» para evitar el «resurgimiento del militarismo japonés».

Japón, por su parte, no se ha retractado de sus declaraciones, pero ha enviado emisarios a Pekín para entablar conversaciones destinadas a rebajar la tensión. Al momento de redactar este Observatorio, los interlocutores de ambas partes continúan manteniendo conversaciones de bajo nivel, pero la postura pública de ambos países sugiere que la fricción podría prolongarse (Reuters, 2025).

Causas

Además de la causa inmediata, las declaraciones de la primera ministra Takaichi, existen causas más profundas que explican la virulenta respuesta china. Entre ellas destacan las profundas preocupaciones de Pekín ante la posibilidad de que cambien las posturas militares en Asia, a medida que los aliados de EE.UU. aumentan el gasto en defensa y coordinan sus acciones ante el creciente poderío militar chino, que desafía al país americano. Además, ningún otro país despierta tanta preocupación en China como Japón, cuyo Ejército Imperial invadió, ocupó y arrasó en China en el siglo XX, algo que aún no olvidan. Por otro lado, décadas antes, Japón colonizó Taiwán, en circunstancias que para China, constituía un país tributario y periférico, que le debía respeto reverencial por ser su «madre cultural». Para estas culturas lo más sagrado es la «piedad filial» confuciana. Que Japón atacara a China, «su madre», es imperdonable para los chinos. Todo lo anterior constituyen puntos clave del llamado «siglo de humillación» de China a manos de potencias extranjeras (CNN, 2025).

Reacciones

Se han producido tanto represalias económicas y culturales, así como medidas militares y de seguridad.

En cuanto a las represalias económicas y culturales, el día 14, China emitió un comunicado en el que se pedía evitar los viajes a Japón (ZeroHedge, 2025), lo que provocó la cancelación de vuelos y reservas de hoteles (Al Jazeera, 2025). El día 19, China detuvo las importaciones de productos acuáticos japoneses, por valor de miles de millones de dólares al año, alegando preocupaciones sobre la «calidad y seguridad» relacionadas con el vaciamiento de residuos radioactivos de la central atómica de Fukushima (The State Council Information Office, China, 2025). No obstante, esta medida fue ampliamente considerada punitiva. También se han cancelado conciertos de músicos japoneses y se han suspendido películas de este país (Al Jazeera, 2025).

En relación con las medidas militares y de seguridad, el día 15 de noviembre un presunto dron del EPL voló cerca de la isla de Yonaguni (la más occidental de Japón, a 110 km de Taiwán). Al día siguiente, cuatro buques de la Guardia Costera china entraron en las aguas de las islas Senkaku, bajo jurisdicción japonesa (llamadas Diaoyu por los chinos). Entre el 17 y el 25 de noviembre, el EPL lleva a cabo maniobras con fuego real cerca de Japón (ISW, 2025).

La respuesta japonesa no se hizo esperar. El día 23, Japón anunció el despliegue de misiles de medio alcance en la isla de Yonaguni para disuadir a China, presentándolo como una respuesta al «entorno de seguridad más grave desde la Segunda Guerra Mundial». La nueva contramedida de Japón en Yonaguni consiste en el despliegue del sistema de misiles tierra-aire de medio alcance Tipo 03 (Chu-SAM), que añade una capa cinética a una isla que ya alberga una estación de radar terrestre y, desde 2024, una unidad de guerra electrónica introducida para interferir las comunicaciones y los enlaces de radar o guía (jamming) del adversario (Army Recognition, 2025).

Figura N°1 Shinjiro Koizumi, ministro de Defensa de Japón, visitó las unidades de las Fuerzas de Autodefensa en la isla de Yonaguni el 23 de noviembre Nota:South China Morning Post (2025).

Pekín, por su parte, criticó duramente el despliegue de misiles por parte de Japón en la isla de Yonaguni, calificándolo de «extremadamente peligroso» y afirmando que aviva las tensiones regionales y la confrontación militar (South China Morning Post, 2025).

Figura N°2 Ubicación de la isla de Yonaguni, la isla japonesa más cercana a Taiwán Nota: South China Morning Post (2025).

Análisis

Hay analistas que creen que Japón podría desafiar a China antes de lo esperado. El resultado sería un «retorno a la historia», en el sentido de que las antiguas potencias regionales, como Japón, están tratando de recuperar sus esferas de influencia perdidas, con el apoyo de EE.UU.

¿Qué quiso decir la primera ministra Takaichi? Según el analista Andrew Korybko, lo que ella quiso decir es que el control de China sobre la industria de semiconductores de Taiwán tras la guerra (siempre que Taiwán sobreviva al conflicto) podría llevarle a coaccionar a Japón para que haga concesiones estratégicas unilaterales, lo que alimentaría los temores de una hegemonía china en Asia (Korybko, 2025). Sin embargo, sin negar lo anterior, en el CEEAG pensamos que Japón no solo está preocupado por los semiconductores, sino también por un posible avance chino desde Taiwán hacia su país, a través de Okinawa, tomando una a una las islas hacia el norte, hasta ahogarlo (a Japón).

Además, al señalar que EE.UU. está por detrás de Japón, se aporta un elemento adicional al análisis. Efectivamente, según otros analistas, la imprevisibilidad de Trump mantiene a Pekín en vilo. Sería el caos como estrategia. Según la teoría de juegos, la imprevisibilidad es lo que busca el jugador más fuerte en una situación competitiva. En este caso, el jugador más débil necesita previsibilidad para la planificación centralizada, por lo que la imprevisibilidad se convierte en una amenaza existencial para el régimen autoritario (The Epoch Times, 2025).

Conclusión

La crisis diplomática desatada en noviembre de 2025 entre China y Japón supone la ruptura más grave en sus relaciones bilaterales desde 2023. Pekín ha interpretado las declaraciones de la primera ministra Takaichi sobre la posibilidad de invocar la autodefensa colectiva en caso de conflicto en Taiwán como una amenaza directa a su soberanía, lo que ha reactivado traumas históricos profundos y ha dado a China la excusa perfecta para desplegar una estrategia de coerción multidimensional: diplomática, económica, cultural y militar.

A nivel estratégico, esta escalada confirma que Japón ha abandonado definitivamente la ambigüedad de décadas pasadas y se posiciona abiertamente como pieza clave del cerco estadounidense a China. El despliegue de misiles de medio alcance en Yonaguni, la intensificación de la cooperación con Washington y la disposición explícita a involucrarse en una contingencia en Taiwán indican que Tokio está dispuesto a pagar el precio de un enfrentamiento prolongado con su vecino más poderoso. Para China, esto no es solo una cuestión de Taiwán, sino la reaparición del espectro de un Japón militarmente resurgente que, con apoyo estadounidense, desafía la hegemonía regional que Pekín considera su derecho histórico tras el «siglo de humillación».

Las represalias económicas y culturales chinas, aunque previsibles, han sido más rápidas y contundentes de lo esperado. Al mismo tiempo, las incursiones marítimas y aéreas cerca de las Senkaku/Diaoyu y Yonaguni, así como las maniobras con fuego real, mantienen la presión militar constante de China y buscan probar hasta dónde está dispuesto a llegar Japón sin desencadenar un incidente mayor.

El factor Trump añade una variable de incertidumbre crítica. La imprevisibilidad del presidente estadounidense, que China percibe como una amenaza existencial precisamente por su rechazo a las reglas tradicionales, refuerza la percepción de Pekín de que se está cerrando el cerco y de que el período 2025-2026 podría ser la última ventana estratégica para resolver la cuestión de Taiwán en términos favorables.

En resumen, la crisis de noviembre de 2025 no es un episodio aislado, sino el inicio de una nueva fase de confrontación estructural en Asia Oriental. Con Taiwán como catalizador, han regresado al presente los fantasmas del pasado imperial japonés y chino, y ambos países parecen haber aceptado que la coexistencia pacífica bajo las reglas del siglo XX ya no es posible. Sin un mecanismo eficaz de contención —y ninguno se vislumbra en el horizonte—, la región se adentra en un período de alta inestabilidad cuya duración y desenlace final aún están por escribirse.

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